Alausí busca su redención definitiva

Una visita al Alausí de inicios del 2014 basta para sospechar que cuando Kim Clark utilizó el concepto de la “redención” para titular su libro sobre la relación entre el ferrocarril y la historia del Ecuador, lo hizo pensando en esta población.
Es en efecto la palabra “redención” la que inexorablemente irrumpe cuando se ensaya entender lo que sucede en Alausí, la bucólica y pintoresca población por donde pasa el ferrocarril que une a Quito con Guayaquil. Y no aparece necesariamente porque la reciente rehabilitación del ferrocarril haya salvado a Alausí de la decadencia en la que está sumida desde finales de los años 60 del siglo pasado, sino más bien porque resulta evidente que la idea de la redención está adherida al espíritu colectivo de los alauseños, en tanto toda población anclada a la nostalgia espera la redención.
Si uno toma el libro “La obra redentora: el ferrocarril y la nación en Ecuador 1895-1930” de Clark, que sin duda debe ser el ensayo más completo para entender el peso que tuvo el ferrocarril en la historia ecuatoriana, se encontrará con que el capítulo 7 se llama “las contradicciones de la redención” y tiene que ver con lo que el ferrocarril significó para Alausí.

La misma Clark en su libro se llega a preguntar al final del capítulo dedicado a Alausí, si en efecto fue el ferrocarril el único motor de cambio social. Clark tiene sus dudas y sostiene que hubo muchas otras causales sociales, sin duda canalizadas por la irrupción tecnológica del ferrocarril, las que redimieron al pueblo.

 

Cuando se llega al Alausí la redención aparece de inmediato. Las viejas casas que hasta hace pocos años lucían opacas y desteñidas ahora están pintadas de colores vivos y la actividad turística se evidencia a diario en la recientemente rehabilitada estación. ¿Pero Alausí se ha redimido? Tal vez sí y muy probablemente no.
El nuevo ferrocarril que básicamente es una herramienta turística no ha significadado que Alausí vuelva a ser el centro de producción de alimentos que floreció en 1902 cuando se abrió la posibilidad de que por las rieles del tren bajen los cereales, los tubérculos y la leche hasta Guayaquil. Tampoco ha generado un boom demográfico como el que se produjo desde inicios del siglo diecinueve hasta bien entrados los años 1950.
No, Alausí no está en condiciones de afirmar que la redención ha llegado y sigue añorando un pasado lleno de excitación social en el que se llenaba con elegantes familias guayaquileñas que venían a pasar vacaciones lejos de los calores y lluvias invernales. Actualmente, el revuelo que causa la llegada masiva de turistas, sobre todo guayaquileños y cuencanos, es muy distinto al que muchos alauseños se hubieran soñado.
Ahora, como dice Diego Ormaza, agricultor de la zona que tuvo que poner junto con su esposa un restaurante para los turistas porque la agricultura “no da”, el tren es “más ajeno que nunca”. Con la nueva operación turística, que es manejada casi exclusivamente por el Estado, los comerciantes locales casi no tienen participación y los niños ya no pueden jugar subiéndose al tren. Incluso los vendedores ambulantes han desaparecido porque la empresa de ferrocarriles ha organizado el comercio.
Y si bien las comunidades indígenas se han beneficiado de los espectáculos folclóricos que hacen para los turistas y de los sánduches que confeccionan para los pasajeros del tren que hace la visita a la Nariz del Diablo (un sánduche y una bebida se entrega a cada turista) en Alausí domina la idea de que el nuevo tren es negocio exclusivo del Estado. Ni siquiera las agencias de turismo pueden vender al exclusivo “tren crucero” que en tres etapas une a Quito y Guayaquil, explica María del Carmen Naranjo, que ha adecuado la vieja casa de su familia para recibir turismo.
Mientras se espera la redención, Alausí sigue soñando en su pasado que, como sostiene el historiador local Galo García, es único por su ubicación geográfica y su composición étnica. “Somos población fronteriza”, explica retrotrayéndose a las épocas precolombinas cuando el actual Alausí era frontera entre cañaris, puruháes y huancavilcas. Es por eso, dice, que tenemos de costeños, de azuayos y de riobambeños pero somos distintos por igual a ellos.
“Esta es la frontera donde se deja de cantar (como los cuencanos y cañarejos) y donde ya no se lleva el acento tan serrano de Riobamba ni tan costeño como el Guayaquil”. Alausí es es el punto, sostiene García, donde Sierra y Costa se han unido desde hace siglos. “Somos la mezcla de todo”, sostiene orgulloso mientras mira los documentos históricos que ha recopilado durante años y que hablan de una historia donde quizá se pueda encontrar la clave que desentrañe los misterios de la siempre compleja y fronteriza identidad nacional.
Martín Pallares. Editor 
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