El nuevo ferrocarril que básicamente es una herramienta turística no ha significadado que Alausí vuelva a ser el centro de producción de alimentos que floreció en 1902
cuando se abrió la posibilidad de que por las rieles del tren bajen los cereales, los tubérculos y la leche hasta Guayaquil. Tampoco ha generado un boom demográfico como el que se produjo desde
inicios del siglo diecinueve hasta bien entrados los años 1950.
No, Alausí no está en condiciones de afirmar que la redención ha llegado y sigue añorando un pasado lleno de excitación social en el que se llenaba con elegantes
familias guayaquileñas que venían a pasar vacaciones lejos de los calores y lluvias invernales. Actualmente, el revuelo que causa la llegada masiva de turistas, sobre todo guayaquileños y cuencanos,
es muy distinto al que muchos alauseños se hubieran soñado.
Ahora, como dice Diego Ormaza, agricultor de la zona que tuvo que poner junto con su esposa un restaurante para los turistas porque la agricultura “no da”, el tren es
“más ajeno que nunca”. Con la nueva operación turística, que es manejada casi exclusivamente por el Estado, los comerciantes locales casi no tienen participación y los niños ya no pueden jugar
subiéndose al tren. Incluso los vendedores ambulantes han desaparecido porque la empresa de ferrocarriles ha organizado el comercio.
Y si bien las comunidades indígenas se han beneficiado de los espectáculos folclóricos que hacen para los turistas y de los sánduches que confeccionan para los
pasajeros del tren que hace la visita a la Nariz del Diablo (un sánduche y una bebida se entrega a cada turista) en Alausí domina la idea de que el nuevo tren es negocio exclusivo del Estado.
Ni siquiera las agencias de turismo pueden vender al exclusivo “tren crucero” que en tres etapas une a Quito y Guayaquil, explica María del Carmen Naranjo, que ha adecuado la vieja casa de su
familia para recibir turismo.
Mientras se espera la redención, Alausí sigue soñando en su pasado que, como sostiene el historiador local Galo García, es único por su ubicación geográfica y
su composición étnica. “Somos población fronteriza”, explica retrotrayéndose a las épocas precolombinas cuando el actual Alausí era frontera entre cañaris, puruháes y huancavilcas. Es por
eso, dice, que tenemos de costeños, de azuayos y de riobambeños pero somos distintos por igual a ellos.
“Esta es la frontera donde se deja de cantar (como los cuencanos y cañarejos) y donde ya no se lleva el acento tan serrano de Riobamba ni tan costeño como el
Guayaquil”. Alausí es es el punto, sostiene García, donde Sierra y Costa se han unido desde hace siglos. “Somos la mezcla de todo”, sostiene orgulloso mientras mira los documentos históricos
que ha recopilado durante años y que hablan de una historia donde quizá se pueda encontrar la clave que desentrañe los misterios de la siempre compleja y fronteriza identidad nacional.